Facilitar es un arte invisible. Es algo que ocurre en los márgenes, entre lo que se ve y lo que no se dice. Es un acto profundo de presencia y conexión, donde nuestra capacidad de acompañar a otros no depende tanto de lo que sabemos o hacemos, sino de quiénes somos en ese momento y desde dónde estamos facilitando.
El “desde dónde” no es un lugar fijo. Es un espacio dinámico que cambia con nuestras emociones, nuestras experiencias y nuestra disposición a mirarnos de frente. No se trata de un estado perfecto, ni de un lugar de llegada. Es, más bien, la brújula interna que guía cada palabra, cada silencio y cada decisión que tomamos cuando estamos frente a un grupo o acompañando a una persona.
Facilitar desde un lugar auténtico no significa no tener miedo o dudas. Significa aceptar que el miedo puede estar presente y, aun así, seguir adelante. Significa soltar la necesidad de control, la necesidad de que todo salga “bien” y confiar en que, si habitamos nuestro “desde dónde” con honestidad, el proceso encontrará su camino. La magia no está en lo que hacemos, sino en cómo sostenemos lo que es.
Hay días en los que mi “desde dónde” está lleno de claridad y fuerza, y otros en los que me siento frágil, inseguro, como si no tuviera nada que ofrecer. En esos días, me recuerdo que mi papel no es arreglar nada, sino sostener el espacio. Facilitar no es liderar desde el frente, sino caminar al lado, confiar en que cada persona o grupo tiene su propio ritmo y que mi presencia puede ser una invitación para que algo nuevo emerja.
Cuando facilitas desde la rigidez o el control, el campo se cierra. Lo he vivido. He intentado muchas veces imponer mi estructura, mi plan, mi idea de lo que “debería” pasar, y he sentido cómo el grupo se desconecta. Pero cuando facilitas desde la apertura, desde la escucha profunda y desde la aceptación de que no todo está en tus manos, algo cambia. El campo se abre, las dinámicas fluyen, y las respuestas que tanto buscamos comienzan a aparecer, no porque las provoquemos, sino porque les permitimos ser.
Habitar el “desde dónde” implica detenernos y mirarnos. Preguntarnos: ¿Qué estoy trayendo hoy? ¿Desde dónde estoy facilitando? ¿Qué necesito soltar para estar más presente? No es un ejercicio intelectual, sino un acto de presencia. Nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestra intuición son aliados fundamentales en este proceso. A veces, antes de una sesión, simplemente cierro los ojos, respiro profundamente y me anclo en el suelo. No porque tenga todas las respuestas, sino porque quiero estar disponible para lo que surja, para lo que la vida o el grupo necesite en ese momento.
No facilitas desde tus herramientas, facilitas desde lo que eres. Y lo que eres no necesita ser perfecto, solo necesita ser real. Cuando acompañamos a otros desde un lugar auténtico, les estamos invitando a hacer lo mismo. Porque al final, no se trata de técnicas, se trata de conexión. Conexión contigo mismo, con el grupo y con algo más grande que ambos.
Permítete reflexionar. ¿Desde dónde estás hoy? ¿Qué estás intentando controlar? ¿Qué pasaría si confiaras más en el proceso y menos en tus expectativas? Tal vez descubrirías que lo que estás buscando no necesita ser creado, sino simplemente permitido.
Facilitar es un arte, sí, pero también es un acto de confianza.
Y esa confianza empieza contigo.
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