El pasado mes de enero comenzamos la onceava edición del Ciclo Formativo de Facilitación Sistémica, con un grupo generoso y lleno de experiencia, abierto al aprendizaje y al descubrimiento.

Como cada año, en este primer módulo nos centramos en sentar las bases de nuestro modelo de trabajo. Poco a poco, generando espacios de práctica donde las alumnas puedan descubrir por sí mismas, cuál es la esencia y cuáles los pilares de la Facilitación Sistémica.

Seguimos comprobando, en cada edición, que el mejor maestro para trabajar con el campo y con sus cualidades emergentes, es el propio campo. Y también sabemos que este enfoque, más allá de las diferentes herramientas y técnicas que aprendemos, precisa un reencuadre interior de nuestro desde dónde acompañamos a una persona o a un grupo.

El campo de información tiene su propios códigos. Cuanto más queremos saber y controlar el proceso, más inaccesible nos resulta. Aprendemos a navegar en los espacios de incertidumbre. Conectar con la “fuerza del no saber”.

“¿Cómo aprendemos a no saber?” 

Inspirado por esta cuestión, que trajo una de nuestras alumnas al finalizar el primer día, la compartí con una de las personas que forman parte importante de la historia de FS, David Villota. Y su respuesta me encantó, me dijo: “No sé”.

Y aquí reside parte de la genialidad de esta mirada; cuando nos permitirnos confiar en la “fuerza del no saber”, se activa nuestra capacidad para “dejarnos sorprender” y, casi por contagio, esta predisposición al asombro y al descubrimiento florece internamente en las personas y en los equipos que acompañamos.

Desde este lugar interior, empezamos a trabajar con lo que emerge y es justo ahí, donde encontramos las semillas que nos permitirán acompañar a otros hasta un mejor lugar. ¿Y cuál es ese mejor lugar? No lo sabemos. La mayoría de las veces, ni las personas ni los equipos que se acercan a nosotros lo saben.

Explorar desde este espacio interior nos lleva a conectar con la vulnerabilidad, y si no tenemos trabajados nuestros miedos a no cumplir las expectativas del cliente y a soltar el control, somos nosotras mismas las que podemos bloquear el proceso y la capacidad de aprendizaje del otro.

Por eso es tan importante cuidar el desde dónde y el hasta dónde, abrir la mirada y aprender a colaborar con el flujo y el proceso. Acoger todas las voces y ponerlas al servicio del grupo, tomando conciencia de que trabajamos al servicio de algo más grande que nosotras mismas.

Cuanto más confío en mí, más fácil me resulta confiar en el cliente, permitir y cuidar de los pequeños descubrimientos que se producen dentro de él. 

Cultivar el arte de acompañar me recuerda que menos es más y que, a veces, la mejor acción, es “no hacer” yo, y ponerme al servicio de que el proceso “haga a través de mí”.